Audrey Hepburn

El que sabe estar, sabe decir, sabe vestir… es elegante. El que sabe elegir con gracia, nobleza y sencillez, sin que se note, pero transmitiendo serenidad y belleza, es elegante.

En la moda son muchos quienes quieren, pero no son tantos los que pueden, ni los que son. ¿La prueba de fuego? El tiempo: quien pase ese tamiz será, y así lo reconocerá la historia. Así pasó con Audrey Hepburn, musa irrefutable de la elegancia.

Audrey nació en Bruselas, el 4 de mayo de 1929. Sostenía serenidad y personalidad con un poder magnético del que resultaba difícil huir. Fue considerada por el American Film Institute la tercera mejor actriz del cine clásico estadounidense, y su  labor profesional y personal se reconoció con los más preciados galardones: desde el Oscar, un Globo de Oro y un premio BAFTA por una sola actuación: Roman Holiday en 1954; hasta la Medalla Presidencial de la Libertad, por su labor como embajadora de buena voluntad de Unicef. Una estatua erigida en 1992 frente a la sede de UNICEF  hace memoria de ello.

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De padre inglés y madre aristócrata holandesa, sufrió en primera persona las embestidas de la segunda guerra mundial, incluso con la captura y fusilamiento de familiares muy cercanos. Para protegerla, su madre la llamaba Edda Van Heemstra, como ella, y le obligó a hablar holandés. Audrey hablaba perfectamente inglés, francés, holandés e italiano, un poco de alemán y algo de español.

Pudo estudiar danza, y se adentró poco a poco en el mundo de la interpretación. Su encuentro con Givenchy para una de sus películas icónicas, Desayuno con Diamantes, le catapultó como imagen a seguir en la moda. E inició aquí una alianza inquebrantable en la que Givenchy encontró el ideal de modelo que todo coutourier desea; y Audrey, siempre fiel a sí misma, encontró en Givenchy lo que necesitaba. En sus propias palabras: “Es más que un diseñador; es un creador de personalidad

Así crecieron sendas figuras de la moda, respetando sus formas de ser, evolucionando a su ritmo y en las épocas que les iba tocando vivir; aportando un sello a la moda con indudable personalidad referente para todos aquellos que vinieron después.

De esa unión quedaron para la historia patrones de moda como, por ejemplo, el escote sabrina, ese escote alto que cubría las clavículas de Audrey y que apareció por primera vez en la película del mismo nombre; creado expresamente para ella por el diseñador francés para alcanzar el mejor allure de la actriz.

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Este es el claro ejemplo de que la esencia de la moda, su valor real, va más allá del ir marcando pautas estacionales sobre qué es in o qué es out. El valor de la moda está en su capacidad para sacar todo el potencial de belleza de una persona, haciendo que ésta se sienta realmente bien consigo misma, y logre su mejor versión no ya físicamente, sino como persona.

Cuando se da esa conjunción, que traspasa la propia pieza de moda, se entienden las palabras de Hepburn cuando recibió su óscar:

It’s too much. I want to say thank you to everybody who in these past months and years have helped, guided and given me so much. I’m truly, truly grateful and terribly happy.